Un misil de Yevhen Konoplyanka desde unos 40 metros decanta el triunfo a favor del conjunto sevillista, que ya está a tan solo cinco puntos de los amarillos
Amarillo y alegría, un binomio que resume a la perfección lo que es el Villarreal. O lo que era. Porque este Villarreal es diferente. Es un submarino militar. Con solo 19 goles encajados en la Liga 15/16 y 14 partidos imbatido antes de su visita al Pizjuán, el conjunto de Marcelino García Toral es un ejemplo de solidaridad grupal y trabajo defensivo, una reinvención que le ha catapultado a los siempre puestos aristocráticos de Liga de Campeones, justo lo que estaba en juego en un soleado Nervión.
Porque el Sevilla quiere la Champions. Tras su breve y algo decepcionante paso de este año, los de Unai Emery quieren regresar a la máxima competición continental. Es posible. Solo ocho puntos separaban al conjunto hispalense de los de Marcelino, por lo que este duelo en el Sánchez-Pizjuán se antojaba como una final por la lucha por la cuarta plaza que da acceso a la previa de la Liga de Campeones. Y como cualquier otra final, no se juega. Se gana. Y esta final la ha ganado el Sevilla.
El conjunto hispalense comenzó bien. Calmado y confiado, Unai Emery quiso hacer daño al Villarreal por las bandas –Marcelino optó por Eric Bailly como lateral izquierdo y Antonio Rukavina como falso interior derecho, un auténtico submarino atrevesado, vamos– y acertó, sobre todo por la parte izquierda, donde la conexión Trémoulinas-Konoplyanka fue su máxima proyección. Justo estos dos jugadores provocaron la primera acción de peligro del partido, en el minuto siete, con un centro al área del ucranio que Gameiro no acertó a enviar a gol con su testarazo a bocajarro.
Pero Kevin Gameiro es más que un delantero. Acorde a su ADN francés, es un agitador de partidos, ya sea saliendo desde el banquillo como tan bien hizo temporadas pasadas o desde el inicio, asumiendo el rol que le ha tocado esta campaña. Con una cabalgada que hubiese firmado el mismísimo Jesús Navas se deshizo en el minuto 22 de un Víctor Ruiz que quedó retratado por su lentitud y terminó sirviendo en bandeja a Vicente Iborra para que el valenciano remachara a portería vacía.
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Pero el Villarreal es un equipo con carácter y supo rehacerse al primer gol encajado. Sin dominar pero con mucha presencia en ataque. Cinco minutos después del gol sevillista, Cédric Bakambu, que solo sabe marcar goles a pares –seis dobletes suma ya el internacional congoleño nacido en Francia–, se aprovechaba de un balón suelto dentro del área hispalense para poner las tablas en el marcador.
El gol noqueó al Sevilla, que no está acostumbrado a que le tosan en su estadio, y sufrió el segundo susto de la tarde pocos minutos después. Adrián López, ese jugador en estado de resurrección –ya ha logrado un gol y tres asistencias con el Villarreal en la Liga–, se inventó un pase a lo Riquelme para que, otra vez, Cédric Bakambu voleara con su pie izquierdo el balón al fondo de las mallas –único jugador que ha marcado un doblete al Sevilla en el Pizjuán esta temporada–.
Si la primera parte fue una pelea ajedrecística marcada por los movimientos tácticos, la segunda fue una guerra caótica en la que salió vencedor el conjunto sevillista. En ese caos, un jugador sobresalió por encima de todos, Yevhen Konoplyanka. El extremo ucranio, un diablo por banda izquierda, se sacó un zurriagazo nada más comenzar el segundo acto desde el vértice del área que se convirtió en el tanto del empate, eso sí, tras ser desviado por un desafortunado Víctor Ruiz.
Pero el partido guardaba lo mejor de la tarde. El misil de Konoplyanka, un jugador que parece que no está contando para Unai Emery. Pero que es un jugador decisivo en este equipo dirigido por Unai Emery. Parece que no está. Pero cuando se adueña del balón, ya sea mediante regates o asistencias, es un jugador providencial y que debe serlo aún más en este final de temporada para el Sevilla. Y por si quedara alguna duda, decantó el partido con un zambombazo desde su Kirovogrado natal que destrozó cualquier atisbo de puntuar en el Pizjuán.
Ya en el final del partido llegaron un par de sustos para la parroquia nervionense. Primero un testarazo de Leo Baptistao a bocajarro que tuvo que despejar Sergio Rico valientemente y el posterior rechazo Daniel Carriço de tijereta sobre la misma línea de gol. Y después la expulsión de Éver Banega, con una doble amarilla que le impedirá vestir la blanquirroja en en el Bernabéu. Pasados ambos sustos llegó el colofón. Enésimo engaño de Gameiro, en esta ocasión, sobre Bonera y su disparo, rechazado por un Aréola que encajaba cuatro goles en un partido por primera vez esta temporada, era enviado a la red por José Antonio Reyes. Reyes y Konoplyanka. Presente y futuro de un equipo que quiere estar en la próxima Champions.
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